Tras la valoración del jurado del XV Certamen Literario de Relatos breves “Hipatia” y habiéndose reunido el Equipo de Biblioteca el 8 de mayo de 2023, se ha resuelto otorgar los siguientes premios:
CATEGORÍA 1: 1º y 2º ESO
1er premio
Relato: Soy agua
Autor: Sergio Huertas Pérez
Nivel y grupo: 1º ESO C
2º premio
Relato: Por una gota de agua
Autora: Alicia Zabala Ramírez
Nivel y grupo: 2º ESO C
3er premio
Relato: Grietas
Autora: Lucía Castañeda López
Nivel y grupo: 2º ESO A
CATEGORÍA 2: 3º y 4º ESO
1er premio
Relato: Hortensia
Autora: Paula Pérez Jiménez
Nivel y grupo: 3º ESO A
2º premio
Relato: De nada
Autora: Mónica Montaner Gañán
Nivel y grupo: 4º ESO C
3er premio
Relato: Líquido negro
Aurora: Ainara Duarte
Nivel y grupo: 4º ESO C
CATEGORÍA 3: 1º y 2º Bachillerato
1er premio
Relato: Lluvia tras la sequía
Autor: Adrián Nieto Velasco
Nivel y grupo: 1º Bach. A
2º premio
Relato: Las melodías del océano
Autora: Paula González Domingo
Nivel y grupo: 2º Bach. A
3er premio
Relato: Crónica de una muerte anunciada
Autora: Cristina Arjona Vico
Nivel y grupo: 2º BACH. A
Sergio Huerta Pérez
POR UNA GOTA DE AGUA
Plop.
Y así fue, en tan solo un microsegundo, cómo años y años de trabajo quedaron reducidos a eso, un simple sonido, una simple gota de agua esparcida sobre aquel sucio suelo. ¿Para qué existimos? Buena pregunta. Una pregunta que cualquier otra persona se habría puesto a reflexionar y tardaría en responder, pero mi pueblo lo tenía bastante claro; para cuidar la gota. La gota de agua que desde pequeños nos hacen adorar, cuidar y respetar... y nadie nos dijo que nos traería nuestra peor pesadilla.
Cuenta la leyenda que hace muchos años, en la gran ciudad de Neró existía el caos, el fuego y la guerra. La gente luchaba por sobrevivir, mientras que otros reían tranquilos con una copa de vino alrededor de una mesa de billar. El pueblo se dividí entre pobres y ricos, vagabundos y empresarios, algunas personas sin nada y otros con todo. Se había vuelto una rutina. Hasta que un día nació la que es ahora nuestra sagrada madre, Neytiri. Hija del empresario más poderoso de la ciudad y de una muchacha que subsistía por las calles, siendo la primera mestiza luchó por la igualdad del pueblo y consiguió algo que nunca nadie había conseguido antes: unir al pueblo, sacrificándose en cuerpo y alma, dejando como último deseo su última lágrima en aquel frasco. Desde entonces nunca más ha habido guerras ni problemas internos en el pueblo por los que preocuparse, salvo conservar esa sagrada gota de agua, porque si se derramara le habríamos faltado el respeto a la sagrada madre y sobre nuestro pueblo caería una gran maldición. Tener en nuestra posesión esa gota nos dio muchas oportunidades económicas y nos ayudó a reponernos. Muchos pueblos de los alrededores venían hasta Neró para observar y respetar la gota, aunque por el gran valor y poder que tenía, no solo venían a adorarla. Hubo muchos intentos de robo anteriormente, por lo que estaba protegidas por guardias de seguridad. Todo iba bien hasta que nos visitaron los del pueblo de Haró, quienes tenían fama de ser avariciosos. En el día de su visita todo el pueblo estuvo presente para vigilarlos, pero esa gentuza lo tenía todo planeado y consiguieron llevarse el frasco y, con él, nuestro único motivo para seguir viviendo. Mi vida pasó en un instante ante mis ojos. Sin dudarlo me abalancé sobre aquel hombre encargado de transportar la gota sagrada y luché, seguí luchando y no paré de luchar por aquella gota que tanto me preocupaba a mí y a mi pueblo.
Entonces ocurrió lo que nunca debió suceder. El frasco se cayó y la gota se derramó por el suelo., aquel suelo donde minutos antes estaba de pie, tranquilo y sin poder imaginar que el gran desastre de mi vida podría llegar a pasar. Los edificios se derrumbaron, los ríos se sacaron y la gente lloraba, El cielo se volvió de un color rojo intenso y donde había agua apareció fuego, donde había tranquilidad surgió el caos. ¿Por qué? ¿Por qué cuando no me rendí y seguí luchando pasó lo que pasó?¿Si me hubiera rendido tal vez no hubiera ocurrido aquel desastre? ¿Po qué cuando somos pequeños nos dicen que nuestro único propósito en esta vida es luchar por esa maldita gota, la misma que ha acabado quitándonos todo?
A veces luchar y no rendirse no significa ganar y conseguir lo que quieres. A veces es mejor dejarlo estar y pasar página.
Alicia Zabala Ramírez
Grietas
Kurt Taylor se miró en el espejo de su cómoda. No encontró una sonrisa por respuesta. Tampoco es que fuese algo de esperar en aquel entonces. Intentó ir más allá de aquel rostro aparentemente despreocupado. Quiso entenderlo. Quiso transmitirle esperanza a aquella mirada ensombrecida. Pero nada podía ofrecer estando tan vacío por dentro. Inspiró hondo. Había pasado demasiado tiempo y la sensación de opresión en el pecho le visitaba cada noche. Con un nudo en la garganta atravesó el umbral de la puerta para salir al exterior, convenciéndose de que lo que le faltaba dentro lo podía encontrar fuera. Caminó por aquellas calles que tan bien conocía, pero esta vez no tenía ningún destino en mente. Estaba perdido, huyendo de sí mismo. Las imágenes se le sucedían en la cabeza sin dar lugar a ninguna otra opción. Olas. Lluvia. Gritos. Lágrimas. Aceleró el paso. Casi podía oír el ruido de las olas haciendo impacto en la orilla y el silbido de la marea. Gritos ahogados bajo la superficie del agua. Unas gotas de lluvia cayeron sobre él. No podía respirar. Seguir huyendo sería una tontería, así que se sentó sobre el pavimento y escondió la cabeza entre las manos. No podía pensar con claridad. ¿Durante cuánto tiempo se seguiría repitiendo esta situación? Comenzó a llover con más fuerza y Kurt comenzó a sollozar en silencio mientras el rostro de Edward Soul aparecía en su mente una y otra vez recordándole todo lo perdido. Y, en un momento cualquiera, bajo ese cielo nublado londinense, algo cambió en su interior. Tal vez había sido la perspectiva de verlo todo desde el infierno o tal vez se había dado cuenta de que no merecía la pena vivir así. Una sensación cálida comenzó a emanar del corazón de Kurt. Levantó la vista hacia el cielo y pudo distinguir cómo unos destellos de luz se abrían paso entre las nubes. No entendió por qué, pero sonrió. Sonrió a ese pequeño haz de luz y le sonrió a la lluvia que le rodeaba. En ese instante pudo darse cuenta de que a veces lo que nos lo ha quitado todo puede hacer que sanen las heridas de nuestro interior, esas que a veces no podemos ver pero que hacen tanto daño por dentro. Eso pasó con la lluvia. El agua que le había quitado su razón de existir hacía ya tanto, se colaba por todas las grietas e iba sanándolas.
Lucía Castañeda López
HORTENSIA
-
¿Has cogido el paraguas por si llueve? – preguntó la señora Morales a su
marido.
-
Y un bañador por si hace calor – afirmó el señor Rodríguez.
-
Hortensia, ¿Has guardado ya la maleta? - preguntó a su hija.
-
Sí, mamá – contestó ella.
-
Bien, pues entonces todo listo. ¡Vámonos! – ordenó la señora Morales.
El
señor Rodríguez y la señora Morales, junto con su hija Hortensia, eran una
familia feliz, o eso creo. No tengo muy claro el concepto de felicidad. Pero
suelen estar sonriendo. Eso es bueno, ¿no?. Hoy se iban de viaje, a un sitio
llamado “playa”. Nunca había visto la playa, pero tenía la esperanza de verla
algún día. Aunque hoy no era ese día. Escuché como cerraban la puerta del coche
y arrancaban el motor para después salir calle abajo. ¿Se habían olvidado de
mí? No era la primera vez que se iban y no me llevaban, de hecho, nunca antes
me habían llevado, pero las otras veces habían colocado un sistema de riego
automático y se aseguraban de que estuviese perfecta antes de dejarme aquí.
Esta vez no, esta vez nada. No había agua antes de que se fueran y no veía los
cables que me iban a regar más tarde. ¿Por qué? Seguramente fuera porque no
iban a tardar mucho, eso quería creer yo, pero… ¿Y si tardaban mucho? ¿Y si me quedaba
sin agua? ¿Y si nunca volvían? ¿Y si me estaban abandonando? Y si… Y si… Y si… Decidí
apagar mis pensamientos y esperar. Tal vez llegaran esa misma noche. El sol se
había ido ya y el cielo estaba plegado de estrellas, junto a una hermosa luna
llena. Pero ellos no estaban. Y el agua tampoco. Empezaba a notar como se me
resecaba la garganta y como me costaba que la saliva bajase. No había rastro
del señor Rodríguez y la señora Morales. Automáticamente mi mente empezó a
desarrollar pensamientos intrusivos que sabía que no iba a poder acallar. No
entendía lo que estaba pasando ni por qué, siempre había sido buena, y no solía
molestarles. Tal vez era eso, hacía tan poco ruido que se habían olvidado
de que yo estaba ahí. Presa del miedo
cerré los ojos para intentar descansar. A la mañana siguiente, cuando desperté,
sentí un dolor intenso dentro de mí. Miré al suelo y… ¡oh, no! No podía estar
pasando esto. No a mí. Comenzaba a romperme. Si no me traían agua pronto… Quizá
ya era demasiado tarde. Ante esa idea comencé a llorar, lloré muy fuerte. Nunca
antes había llorado así, nunca antes había tenido motivos. Lloré y lloré, lloré
tanto que las lágrimas comenzaron a caer por mi delicado rostro. Una de ellas
llegó hasta donde acababa mi ser. Y detrás de esa, una tras otra. Miles de
lágrimas comenzaron a caer y sentí… ¿Alivio? La falta de agua comenzó a
desaparecer de mi interior. Al fin y al cabo las lágrimas podían regarme, lo
estaban haciendo. Aunque no aguantaría much… De repente un coche frenó delante
de mí, venía a toda velocidad. ¿Pero qué…? Una mujer de mediana edad bajó del
coche y se acercó corriendo. ¡Era la señora Morales! Inmediatamente cogió la
manguera y me apuntó con ella. Recuperé mi color y la sequedad que sentía en la
garganta desapareció por completo. La señora Morales se agachó a mi lado y comenzó
a acariciarme una vez que cortó el chorro de agua fría y dijo:
-
Mi pequeña…
Paula Pérez Jiménez
DE NADA
Tú. Tú que, probablemente, dejas el grifo abierto al lavarte las manos. Tú que, probablemente, pones una lavadora y otra y otra en vez de ser cuidadoso para no mancharte. Tú que, probablemente, estás cansado de que todo el mundo hable de las sequías. Tú que, probablemente, tiras cualquier cosa al váter, cuyo desagüe va a parar al mar. Tú que, probablemente, cuando vas a la playa te da asco encontrarte basura en la orilla pero que también no solo no haces nada para limpiarla, sino que arrojas más. Tú que, probablemente, pienses que tienes todo el derecho del mundo a consumir todo el agua que quieras sin que nadie te lo restrinja. Tú que, probablemente, estés confuso cuando pasas cerca del Guadalquivir y lo ves muy por debajo del límite que estás acostumbrado a ver. A ti que, probablemente, en tu subconsciente esté empezando a brotar un remordimiento pero que dejarás de darle importancia cuando acabes de leer esto. A ti que, hasta que este tema de la escasez de recursos no ha supuesto nada grave en tu vida, nunca te has preocupado por mí, por lo indispensable que soy. No te necesito, pero tú a mí sí. Así es, no puedes vivir sin mí, nunca lo has hecho, y dudo que lo hagas. No solo tú sino también tus mascotas, tus plantas que, por cierto, necesitan que las riegues, tu ropa, tus muebles y hasta las piedras. Sí, pensarás que me creo el rey del mundo pero es que lo soy. Soy la razón por la que existís. Soy la razón por la que habéis durado tanto tiempo aquí, demasiado. Soy la razón por la que la gente se pelea y hasta mata en lugares de escasez. Soy la razón por la cual se ha evolucionado, aunque no estoy tan segura de ello. Soy la razón que os ata a La Tierra y no os deja iros a otro planeta ahora que habéis destruido el vuestro. Deberíais mirarme y pensar, pensar en todo lo bueno que soy capaz de crear, bosques, ecosistemas, especies, islas, archipiélagos, continentes… vida. Pero también en todo lo malo que puedo llegar a provocar, tormentas, lluvias torrenciales, diluvios, inundaciones, maremotos, tsunamis… muerte. Debéis adorarme por todo lo que he hecho, pero también temerme por todo lo que puedo hacer. Nunca podréis encontrar un sustituto para mí. Sabéis lo que soy y cuánto me necesitáis. Por eso aún sigo con vosotros, tengo esperanza, y quiero daros tiempo para rectificar y arreglar las cosas. Creo que merecéis una última oportunidad. Os he visto evolucionar, avanzar, caer, pelear y seguir adelante. Vuestra especie es única. Sois capaces de crear infinidad de objetos para ayudar al planeta. De corazón os pido que cambiéis y, así, podréis salvaros. Confío en vosotros. Cuando estéis listos para dar el paso, no dudéis en contad conmigo. Porque aquí estoy, estuve y estaré.
Mónica Montaner Gañán
LÍQUIDO NEGRO
Empezaba
mi rutina como siempre, con mi tía Zarya. Ella era una mujer mayor y sabia. Un
rasgo físico muy característico de ella es que su brazo izquierdo era
completamente negro, resaltando mucho su todo azul turquesa de escamas. Salí
con ella y mi banco de peces a darles de comer, teníamos que nadar con cuidado,
ellos no nos podían ver. Llegamos a un espacio abierto, mis peces se zamparon
todas las algas del lugar. Oí un sonido ¡O no, estaban encima de nosotros!
Todos nos escondimos por las rocas que había cerca. Milagrosamente no nos
vieron, sin embargo, empecé a notar que su barco no era como los anteriores,
este derramaba un líquido negro un tanto extraño y era más rápido, los otros no
expulsaban nada. Ya era tarde y teníamos que regresar a casa, así que recogimos
y nos marchamos. De camino le pregunté a mi tía un tanto inquieta: -Tía, ¿no te
parece curioso el líquido que salía del barco? Es del mismo color que el de tu
brazo. Mi tía se tapó el brazo, parecía
avergonzada y me respondió: -Pues sí
pececito mío, pero de todas formas que parezca atractivo no indica que sea
positivo, no debes acercarte a él. La tía Zarya es muy sabía, pero creo que es
demasiado antigua. Me moría de curiosidad por saber que era, su tacto, su
procedencia, así que cuando llegó la noche salí a buscar otro barco para saber
más.Mi tía estaba dormida, vi mi oportunidad y la aproveche. Volví al mismo
espacio abierto de esa mañana y ahí estaba, un barco con el líquido negro.
Intenté tocarlo, tenía una textura viscosa, era divertido. Perseguí al barco
hasta el puerto, por el camino dejaba más líquido como ese. No sólo eso,
también empezaron a caer plásticos con los que empecé a jugar pero eran
demasiados, me agobié. Llegamos al puerto, había más líquido con el que jugar
allí y también muchos plásticos, era imposible contarlos todos. ¡Oh no! ¡Otra
vez eran ellos y ahora eran muchos más! Traté de huir en cuanto pude pero me
enganché en el cuello con unos plásticos con los que estaba jugando. No me
vieron pero ahora el problema era otro, el líquido negro ya no era tan
divertido, los plásticos me asfixiaban cada vez mas. Estaba a punto de dar mi
aliento final cuando llegó mi tía Zarya, rápidamente me quitó el plástico del
cuello y me sacó de allí. ¿Pececillo estás bien?- me preguntaba- Te dije que no
fueras allí, ¿No ves lo que me pasó a mi? ¿Por qué crees que tengo el brazo
negro? Es por culpa del líquido, me está matando, igual que ahora hará con
todos esos animales que fueron afectados ¿Los ves? Me giré, vi una gran línea
negra dibujada en el agua, también vi muchos animales cubiertos totalmente del
líquido negro que tanto me gustaba, vi muchos de ellos muertos porque sus tías
Zarya no llegaron a tiempo. Ahora soy mayor, mi tía falleció poco tiempo
después por falta de agua limpia. Millones de barcos como esos han seguido
llegando, apenas puedo respirar el agua empezó a contaminarse del maldito
líquido negro. La mitad de mis peces murieron ahogados con los plásticos que
tanto me divertían. Tengo gran parte de mi cuerpo negro, tan negro como el alma
de esos molestos monstros terrestres que ensucian mi mar. Será divertido ver cómo algún día ellos
también jugarán con plásticos y como se quedarán sin aire limpio por culpa de
su líquido, su maldito líquido negro.
Ainara Duarte
LA LLUVIA TRAS LA SEQUÍA
La lluvia
golpeaba alegre los tejados de las viviendas, su música se extendía por toda la
población, empapaba la tierra y corría en finos riachuelos por las inclinadas
laderas que rodeaban el pueblo. Los árboles se agitaban con el viento que
acompañaba a las gotas de agua, desprendiéndolas de las hojas que intentaban
retenerlas. La vida parecía paralizada esos días, en los montes los animales se
ocultaban en cuevas y recovecos intentando protegerse; los hombres miraban
esperanzados a través de los cristales de las ventanas, alegrándose por la tan
necesaria lluvia, después de dos años con escasas precipitaciones los expertos anunciaban,
con claros rostros de alegría que estas retornarían a sus valores normales. El
agua de los riachuelos que fluían por las montañas rellenaba los cauces que llevaban
varios inviernos sin llevar agua, poco a poco las corrientes pulían las rocas
que encontraban a su paso, empapando las raíces de los hasta el momento resecos
árboles de las riberas, devolviendo la vida a sus resecas hojas. Todo terminaba
en el pequeño río que atravesaba el pueblo, lento en épocas de escasez, salvaje
en momentos de lluvias; el fluir, después de varios días de precipitación era
rápido, el cauce aparecía pleno, las aguas habían cambiado del azul de los
primeros momentos de lluvia, al ocre que lo adornaba ahora, mezclándose agua,
rocas, tierra y árboles, que iba arrastrando, en una única masa. Todo se
dirigía hacia el túnel que los hombres habían construido para tratar de dirigir
las aguas, intentando ganarle terreno al río, para edificar sobre su lecho una
gran iglesia. Furioso, el río entraba en el túnel, los restos que lo
acompañaban se iban acumulando en la entrada, minuto a minuto el acceso cada
vez era más estrecho, el agua empezaba a buscar otros caminos para seguir su camino.
Las campanas de las iglesias del pueblo empezaron a sonar insistentemente,
avisaban del peligro, las ventanas de las casas que estaban junto al río se
llenaron de caras, curiosas en un primer momento, asustadas cuando vieron el furioso
caudal de agua en su subida implacable, en un intento de superar el obstáculo
que se había creado. Finalmente, lo inevitable sucedió, las aguas saltaron las
orillas, entraron en las calles, derribando a su paso puertas, destrozaron
ventanas, arrastrando coches y contenedores. Se abrieron camino por las
callejuelas y plazas del pueblo, provocando el pánico entre sus habitantes. La
nueva plaza que se había erigido sobre el río encauzado, sufrió el embate del
líquido, la iglesia en construcción vio abatidos los andamios de sus muros, las
torres cayeron, las fachadas se agrietaron ante el empuje de las rocas que eran
arrastradas por el río y las columnas, aún sin terminar, no pudieron soportar
la enorme presión ejercida por el agua. Los hombres corrían y trataban de
protegerse, escondiéndose en casas, bares o cualquier edificación a la que
pudieran acceder, mientras tanto rezaban, para que la furia incontrolada que
estaban sufriendo terminara. Los minutos y las horas pasaron lentamente,
finalmente, la lluvia remitió, y las aguas poco a poco descendieron a su nivel
habitual, la destrucción ocasionada quedó en el recuerdo de los lugareños; los
habitantes del lugar reconstruyeron sus vidas, dejando como recordatorio de lo
sucedido, los restos de la iglesia inacabada sobre el túnel. Y aunque aquel fue
un momento duro, el pueblo entero agradeció aquella lluvia, que tan necesaria era
para que los animales y cultivos, que con tanto empeño los agricultores y
ganaderos cuidaban, volvieran a crecer y dar nueva vida al pueblo.
Adrián Nieto
Velasco
LAS MELODÍAS DEL
OCÉANO
- Chicos, este mes os propongo una actividad
voluntaria para hacer las clases más amenas. He pensado que los viernes podemos
salir a la playa para recoger toda la basura que encontremos y así mantener la
orilla lo más limpia posible, aprovechando que el instituto se encuentra a
menos de diez minutos del mar.
- ¿Un trabajo voluntario? ¿Recoger basura? Y,
¿no sube nota? Yo paso, profesora. – me dice Mateo, el típico alumno que
únicamente hace comentarios con la intención de parecer gracioso y hacer reír a
los demás. Parece que ha conseguido su objetivo, pues sus compañeros empiezan a
reírse y a defender la opinión del chico.
Siempre me ha encantado dar clases de biología
y poder compartir mi pasión con mis alumnos, pero este tipo de situaciones son
las que me sacan de quicio. Sin embargo, en lugar de seguir insistiendo, decido
cambiar el rumbo de la conversación para tratar de convencerlos de otra forma:
- ¿Alguna vez habéis perdido a alguien a quien
queríais mucho? – sus expresiones empiezan a cambiar y todos me escuchan con
atención. – Entonces, podréis empatizar con Marta y su hermana cuando os cuente
su historia.
- ¿Quiénes son? ¿Qué les pasó? – pregunta
Mateo.
- Veréis, eran dos niñas a las que conocí una
vez. Ambas pasaron su infancia junto a su padre en un pueblo costero, como este
en el que vivís vosotros. Las dos niñas crecieron rodeadas de animales como
tortugas, ballenas o delfines, pues su padre era biólogo marino y pasaba muchas
horas bajo el agua.
Todas las mañanas, las dos niñas iban con su
padre a bucear. Fue así como, poco a poco, ambas fueron enamorándose del mar y
todo lo que eso conllevaba; en especial, empezaron a encariñarse con todo tipo
de animales. Les gustaba imaginar que eran sirenas y podían vivir bajo el agua,
mientras escuchaban los sonidos de la fauna marina, esos sonidos a los que se
referían como “las melodías del océano”.
Cada día, además de bucear, su padre las
montaba en una pequeña lancha para visitar a sus animales favoritos. Entre ellos
se encontraba Rocky, un pequeño delfín que nadaba siempre junto a su madre. A
Marta y su hermana les encantaba jugar con ese delfín; podían pasar horas
juntos, pues el animal era muy sociable y cariñoso.
Sin embargo, el tiempo fue pasando y el agua
del mar comenzaba a estar más y más contaminada. Las niñas estaban cada vez más
preocupadas por la salud de todos esos animales que, de alguna forma, se habían
convertido en su segunda familia.
Un día, mientras iban en la lancha, divisaron a lo lejos a la madre de Rocky, pero aquella vez nadaba sola. Las niñas entraron en pánico y, unas horas después, encontraron sin vida el cuerpo del pequeño delfín, que había fallecido al haber quedado atrapado en una red de plástico. Rocky fue el primero, pero poco a poco fue pasando lo mismo con otros delfines, ballenas y tortugas, por lo que las melodías del océano se fueron silenciando lentamente.
*
Al terminar de hablar, veo que todos están serios y muchos miran al suelo. De repente, escucho la voz de Mateo:
- Entonces, ¿esas niñas perdieron a sus amigos por culpa de la contaminación del agua provocada por el ser humano?
- Sí... - respondo.
- Es injusto. – se queja Julia, sentada al
fondo del aula.
- Pues chicos, la hermana de Marta soy yo. –
les confieso, y veo cómo todos se sorprenden. - ¿Qué os parece?
- Cuenta con nuestra ayuda, profe. Vamos a
recuperar las melodías del océano. – me dicen todos.
Entonces, una sonrisa se dibuja en mi cara;
acaban de hacerme muy feliz.
Paula González Domingo
CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
El
día que me mataron hacía calor,
como todos los últimos hasta
la fecha. Yo estaba tan tranquila
como siempre, aunque no
puedo decir que no me lo esperara. Darte
cuenta
de que te estás muriendo
o, más bien, de que te están
asesinando, es duro, pero
te acabas acostumbrando. Lo que sí me dolió fue ver como nadie hacía
nada para impedirlo, nadie me ayudó, ni siquiera quienes
juraron velar por mi bien.
Me estaba asfixiando, pedí auxilio, pero
nadie vino en mi rescate.
Supliqué compasión. Nada. ¿De verdad
nadie pudo ayudarme? No, estaban
muy ocupados, mirando el móvil.
1980, “tened cuidado”,
nadie me oyó.
1990, “esto no tiene buena pinta”, para
ellos sí la tenía al parecer.
2000, “tengo miedo”, egoísta, deja de pensar en ti misma.
2010, “ayuda, por favor”, el por favor ya
no estaba de moda.
2020, “me estoy muriendo”, ya era demasiado
tarde para que me escucharan, si no lo hicieron entonces, ¿ qué cambiaría ahora?
Por eso, el día que me mataron estaba tranquila, pero no porque estuviera en paz, sino porque no me quedaban opciones ni fuerzas para resistirme. Y mira que resistí, luché contra la muerte cada día, y no solo la mía, sino la de todos. Porque lo que ellos no sabían es que mi muerte marcaría el comienzo de la suya. Ellos también se asfixiarían, pedirían auxilio, pero como yo ya avisé, sería demasiado tarde, otra vez. Y se repetiría la historia, con la diferencia de que yo fui el salvavidas que pincharon hasta sacarme la última gota y ellos quienes murieron ahogados, porque, ilusos, pensaron que podrían sobrevivir sin mi. Pero no sabían nadar. Y mira que les avisé por activa y por pasiva, pero me tacharon de loca, dramática e incluso perversa. Lo único bueno de haber muerto es que no tendré que soportarlos más, ni dejar que me pisoteen como llevaban haciendo todos estos años. Llamadlo venganza o karma, yo lo llamo equilibrio y naturaleza. Mi muerte no salió en las noticias, porque no es novedad lo que ya se sabe pero se ignora. Yo no tenía miedo por mí, ni pedí auxilio por mí, lo hice todo por ellos, porque eran parte de mí, como yo de ellos. Y aún así se encargaron de arrebatarme lo poco que me quedaba. El día que me mataron hacía calor. Por eso, cuando solté mi último aliento, sólo quedaba vapor de agua.
Cristina Arjona Vico
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